Miguel Gomes: El cine que merecemos

Premio Especial Márgenes al Cine Independiente en esta XI edición del festival, el cineasta portugués Miguel Gomes (Lisboa, 1972) acredita como pocos autores contemporáneos una filmografía merecedora de tal distinción, aventurada a explorar de forma incansable el cine como el fértil territorio que siempre ha sido. Sus películas habitan un lugar en el que toda posibilidad es válida, donde lo luminoso nunca está reñido con la complejidad ni la dimensión lúdica con el profundo comentario social. Pero, llegados a este punto, ¿de dónde surge el estilo tan característico que ahora admiramos y reconocemos?

Formado durante años en la teoría y crítica cinematográfica (fue redactor del diario Público), sus primeros cortometrajes, que a día de hoy rescatamos en este foco, ya dejaban entrever que Gomes estaba llamado a ser una felicísima anomalía dentro del cine contemporáneo. Entretanto (1999) subvierte los códigos de lo que parece un clásico coming-of-age adolescente mediante un sutil trabajo con sus formas más habituales; Inventârio de Natal (2000) transforma una reunión familiar en un paseo libre y conmovedor por sus contornos, no exento de comentario político; Kalkitos (2002) recupera, con arrojo y una ingenuidad casi sonrojante, las formas primigenias del cine para sumergirse en la visión de una infancia no tan perdida; Cântico das criaturas (2006), acaso el más elaborado estructuralmente, hace un comentario dulce y poco menos que imposible sobre la figura de San Francisco de Asís.

La libertad, un término cada vez peor utilizado y entendido en nuestros días, cobra a través de la cámara de Miguel Gomes un sentido pleno que alcanzaría A cara que mereces (2004), otra película al filo de la navaja. Un film de existencia tan improbable que solamente podría hacer posible una mirada como la suya, en ebullición de ideas constante, capaz de conjugar una sensibilidad lúdica y rivettiana sobre la ficción con el imaginario de Blancanieves y los cuentos infantiles. Quizá en estas constantes alusiones a la niñez reside la auténtica clave para entender un universo autoral de difícil etiquetado, con ese don único para transitar con descarada naturalidad entre la tradición más clásica y las tendencias del cine contemporáneo. Lo que propone no es otra cosa que volver a mirar el cine, y la vida, con ojos de niño: ahí están su uso creativo y único de la música popular o el regreso a las formas cinematográficas y literarias primigenias, pero sobre todo la reivindicación continua de la fuga como elemento fundamental e irrenunciable de cualquier narración, libre de ataduras que puedan entorpecer la magia.

Con toda lógica, no pasaron muchos años hasta que el meteorito Aquel querido mes de agosto (2008) supusiera la conquista de un prestigio que Gomes abrazó y defendió con maestría en las posteriores Tabú (2012) y la trilogía Las mil y una noches (2015). Obras mucho más ambiciosas, abigarradas y plagadas de recursos, pero en las que nunca renunció a hacer capitales aquellos elementos que forjaron su estilo, de hecho enriquecido, en diálogo cada vez más claro con las circunstancias sociales y materiales que rodearon la concepción de estas películas monumentales y a contracorriente. Así llegamos a la actual Diarios de Otsoga, codirigida con Maureen Fazendeiro (otra autora que irrumpió con fuerza, en su caso en 2014 con Motu Maeva), trabajo marcado por la pandemia de COVID-19 y sus circunstancias, que alumbraron la única película de cuarentena posible para el talento de Gomes. Un nuevo ejemplo de que su arte, siempre en consonancia con las urgencias de tiempos convulsos, se respira más libre y luminoso cuanto más complicado es nuestro atolladero.

Sergio de Benito
Programador de Márgenes